domingo, 2 de junio de 2013

De noches de insomnio y vagabundos recuerdos


Ya no había nadie a las puertas de aquel cielo. Nadie que le dijese lo que estaba y no estaba bien, lo que era o lo que dejaba de ser.

Hacía tiempo que había aprendido la lección, que sabía de pé a pá cuál era exactamente toda su teoría, a pesar de que nunca supo aplicarla.

Aquélla noche de insomnio se asomó a la ventana, con el único objetivo de mirar los coches que pasaban embalados por la carretera, sin prisa, sin frenar, sin importar si el semáforo era verde o “verde oscuro”, porque nunca se paraban.


Aquélla noche de insomnio, aún no sabe bien por qué, se acordó de él. Le veía cada mañana al llegar al gimnasio. Dormía entre tres o cuatro mantas, y tenía sus más preciados tesoros al cobijo de su almohada: un libro de Pablo Neruda, un cenicero, una radio y unos cascos, tabaco de liar y una botella de Coca-Cola.

Cuando ella salía después de su clase le encontraba barriendo su metro cuadrado, o volviendo de lavarse la cara en el baño del instituto público que había a su espalda.
A menudo se atontaba mirándole con disimulo, por el rabillo del ojo, mientras ataba su bici en aquéllos hierros que él utilizaba para protegerse; y se preguntaba qué desgracia de tal magnitud pudo sucederle para terminar allí, para terminar así.

Tras días y meses de encuentros y miradas, y algún que otro “hasta luego”, se armó de valor para llevarle un par de botellas de su bebida favorita, un pack de latas de atún y un paquete de pan de molde que había ido a comprarle la tarde anterior.
Pero cuál fue su sorpresa cuando, al llegar aquélla mañana en que el aire ya era fresco, él no ocupaba su metro cuadrado de asfalto, sus cosas no estaban, sus mantas… tampoco.

Pasaron los meses de invierno y de frío y le recordó cada mañana al atar allí su bici, preguntándose a sí misma qué habría sido de aquél anciano guardián de tesoros. Habría encontrado una vida mejor? Le habrían agredido? Habría muerto? Se habría mudado? …
Algunas de las posibilidades le desgarraban el alma y otras, sin embargo, la hacían sonreír.

Y cada día tenía la esperanza de que, con la llegada del buen tiempo, él volviese allí a dormir, y comprobar que estaba sano y salvo, y atreverse a preguntarle por su historia, y llevarle el pan de molde, el atún y la coca cola que volvería a comprarle la tarde anterior para alegrar su mañana.

Y cada día tenía la esperanza de que, con la llegada del buen tiempo, él cruzase su mirada con ella entre la gente, camuflado entre la muchedumbre, vestido con ropa y no harapos y cargado con algo que no fuesen sus mantas… porque en el fondo, ella sólo deseaba que él hubiese pasado a “mejor vida”… que hubiese dormido en una cama.







Mientras tanto suena "Las Noches de Insomnio", Niños Mutantes.


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