Cuando quiso darse cuenta se había hecho demasiado tarde.
Era de noche y llovía a cántaros en pleno verano.
Una lluvia de esas en que estar 30 segundos al descubierto tenía el mismo efecto que darse un baño nocturno en la piscina de la urbanización.
El reloj de arena se había dado tanta prisa al dibujar la montaña en su parte de abajo, que no le había dejado reaccionar.
Se acordaba de él todos los días.
Aquél, más aún, pues era su cumpleaños y todavía le faltaba valentía para coger el teléfono y llamarle.
Y en ese momento fue consciente de que se arrepentiría cada día de su vida de no haberle dado todos los besos que quiso, de no demostrarle cada cosa que sintió, de no luchar por aquéllo que tenían y que ardía cada vez que se rozaban..
Y en ese momento fue consciente de que se arrepentiría cada día de su vida, porque ya, con nadie más, ningún día de esa vida sería igual.
Nunca estuvo en mis manos pero siempre estuvo en mis planes.
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