Siempre confió en la palabra de Barney Stinson y le dio la
razón en aquello de “No cabrees al Universo, o el Universo te dará una bofetada”.
A veces pensaba que sólo estaba en el mundo para cumplir una
misión, la de “asesinar” a cada Cupido que no había sabido querer.
Pero, ¿y ella? ¿Era su vida una simple noria que daba vueltas
sin parar? Habría bastado con bajarse tras el primer viaje, pero siempre fue
incapaz de hacerlo.
Sabía que no podía seguir así, que tenía que salir de
aquella espiral que dibujaban las líneas de su mano y dejar de girar sobre sí
misma una, y otra, y otra vez… pero no podía, no sabía, nunca encontraba el modo de hacerlo.
Tendría su karma nombre y apellidos y vendría disfrazado de
aceituna a devolverle todo cuanto ella a otros hirió, y a hacerle sufrir por cada
cosa que había hecho mal?
Si le había quedado alguna secuela de todo aquello era la de
ser incapaz de confiar en nadie (incluída en sí misma)… Y es que hoy por hoy la
confianza, junto con los paraguas, es de las cosas que más rápido se pierde.
Pensó que su castigo era no conformarse con nada, tener
siempre la necesidad de “seguir buscando” aunque después de rascar la pegatina
le hubiese salido premio.
No lo sabía. No estaba segura. Así que decidió parar las
máquinas, la de la cabeza y la del pecho a la vez… y no pensar.
Tal vez el bofetón del Universo tenía nombre y apellidos y
venía disfrazado de aceituna, pero ella ya había tomado una decisión: había
decidido mordisquear hasta encontrarse con el hueso; ese hueso que la haría escupir
o la mataría ahogada después de atragantarse con él.
Fuera lo que fuese, el bofetón del Universo también traía en
sus ojos verdes un mensaje para ella:
“Enhorabuena. Ya no eres fría, no eres inerte, sientes,
padeces, y ya no tienes la necesidad de mirar a nadie más.
Te sacarán los ojos o te los llenarán del brillo que
irradias ahora en tus miradas, pero cualquiera de las dos opciones será buena
para ti, porque cualquiera de las dos te estará tendiendo una cuerda para salir
del pozo oscuro de tu espiral.
Cógela. Estira. Trepa. Disfruta de la luz… que
hay aceitunas con hueso, sí, pero también las hay rellenas de anchoas…”
Y aquél fue el más valioso consejo que le dio, aquel que venía
de la mano más dolorosa que pudo tenderle… aunque eso estaba aún por descubrir.