lunes, 9 de abril de 2012

Paraguas amarillos

Puede que sea la primera vez en mucho tiempo que me cuesta enfrentarme a una hoja en blanco…
Quizás sea porque, como siempre, los pensamientos me apabullan el cerebro y no saben en qué forma salir…

Por lo general siempre fui de reírme a carcajadas pero también de llorar a mares… Hoy, ya no huele más a salitre.

A veces escribo cosas reales. Otras no.

Hay quien necesita estar triste para escribir, y hay quien necesita escribir para dormir. Hay quien escribe siempre, y hay quien no escribe nunca. Hay quien piensa horas y horas antes, hay quien borra la misma línea cientos de veces, y hay quien escribe sin pensar. Yo soy más de ese último tipo de personas: el que no piensa.
Siempre fui demasiado impulsiva y quizás eso se vea reflejado también aquí, como en la forma de conducir, ya sabréis por qué lo digo.

Desde que me subí al carro del Universo y el destino, desde que creo que hay algo que pone las cosas en su sitio y juega con los hilos que nos mueven, analizo menos las cosas, pero pienso que todo ocurre por una razón.
Yo no sé quién tiene la respuesta a todas mis preguntas, pero me encantaría que me enviara el libro guía.

En estos últimos meses he tomado decisiones que quería tomar, pero que han sido forzadas por circunstancias que se han ido dando en mi vida. Si no hubiese sido así, si no se hubiesen dado esas circunstancias, todos esos procesos se habrían retrasado, no habría tomado esas decisiones, y no habría hecho las cosas que quería hacer. 
¿Qué es eso? ¿Destino? Si alguien tiene la respuesta, que me cuente… Me fascinaría escuchar sus teorías.


Y cambiando de tercio y de botella, una persona que quiero mucho me dijo hace poco: “esas cosas hay que escucharlas”. Así que le hice caso y las escuché, les planté cara y las afronté. Como una valiente, porque no sé si os lo he contado, pero 2012 es mi “Año Valiente”.
Es el año en que he saltado, y, cuando no me he atrevido a saltar, ya se ha encargado alguien de empujarme (una vez más, ¿destino?). Es el año en que he valorado, en que no he sobrevalorado, el año en que he gritado, he reído, he llorado y no me he callado. El año valiente, sí. El Año Libélula.

No eras para mí, y no fui capaz de darme cuenta por mi misma, así que alguien tuvo que venir a despegarme de tu lado. Me empujaron, fuerte y lejos, pero el tiempo suavizaba y la brisa me acercaba. Seguías sin ser para mí, y yo seguía empeñada en que lo fueras. Y el problema era que tú, aun sabiéndolo, hacías lo mismo.

Cerré la puerta diez mil veces. Otras tantas lo hiciste tú. Pero nunca se sellaba.

Si me iba tú estirabas de la cuerda, aunque siempre lo negaste. No supimos liberarnos, pero ya no éramos medio y medio que sumaban uno, así que sin más, a la fuerza, algo vino que cerró la última rendija que quedaba en nuestra ventana… ¿Destino?

Yo no fui valiente, yo no me atreví… 2012 sí supo hacerlo por mi.

Hay personas que se confunden. Que confunden sinceridad con crueldad. Que confunden los principios y virtudes. Que confunden las buenas prácticas con la idílica teoría.
Ser buena persona no es ser la más sincera del mundo. Ser buena persona es “no doler”, decir las verdades con cuidado, de manera sutil, con miedo a hacer daño a ese que quisiste tanto tiempo, porque una persona importante, una persona a la que quieres, jamás, jamás, jamás, querrás hacerla llorar.

Hay formas y formas. Detalles que sobran. Palabras que hieren más y palabras que hieren menos.
Pero en mi nuevo pensamiento, en mi “carro del destino”, hay palabras que son jarros de agua fría, que espabilan, que despiertan, que giran el caleidoscopio.
Habrás hecho las cosas bien, a tu juicio, pero me doliste en el alma hasta el último momento, me rompiste en pedazos con cada adiós… porque lo que para algunos es ser sincero, para otros es ser cruel.

Y ahora sí lo digo, aunque a ti ya no te importe nada y para mí sea lo más importante en el mundo: me has liberado. Me he, me has, me han, nos hemos, o nos han… eso no lo sé, pero el fin es el mismo. Es dolor, pero es un dolor agridulce, esperanzador, vivo… Un dolor de los buenos, de los que cuando escuece curan.

Y lo que escribo será real o no. Habrá pasado o no. Será mi vida o quizás otra… pero lo que es cierto, lo que sí es cierto, es que hay gente que te hace “clic”, que cambia de color el cristal de tu ventana, haciendo que de repente, todos, todos los paraguas que pasan por la calle, se conviertan en amarillos.