En un pasado no muy lejano habría llorado al pensar que vivía lo que vivía como lo vivía, pero ahora no, ya no. ¿Se estaba haciendo fuerte? No sabía lo que era, pero algo estaba cambiando.
¿Quién no ha imaginado la típica escena de una pareja pintando su casa? Yo te mancho con la brocha, tú con el rodillo, nos peleamos, jugueteamos, tonteamos, nos besamos... Evidentemente, eso era mucho más interesante y apetecible que pegarse el palizón de turno pintando sola toda su casa, y que acabar con una alergia infinita a los disolventes y a la pintura de imprimación... Pero ya no le importaba.
No se había dado cuenta hasta ese momento de que había superado barreras, de que estaba creciendo, de que su corazón era fuerte y su cabeza independiente.
Prefería elegir los colores de cada pared a su gusto, escribir en ellas, pintar encima, bailar como una loca rodillo en mano con la música altísima de fondo, sin importar que el vecino se quejase o la vecina asomase disimuladamente la cabeza por la ventana de la cocina para cotillear.
Había aprendido que las noches de pelis y chuches también eran geniales sin un hombro sobre el que quedarse dormida o sin un brazo al que hacer cosquillas. Podía ver pelis moñas sin tener que ver después una de sangre y patadas, podía dar cuantas cabezadas quisiera sin que nadie se quejara, y tenía toooodos los tiburones negros (sus preferidos) de la bolsa para ella sola.
Claro que también había contras, y es que babearse su propio brazo mientras dormía era bastante más incómodo que babear uno ajeno...
Vivir sola se había convertido en un reto que jamás pensó querer cumplir sin alguien a su lado. Pero hoy estaba encantada de convivir con su propio "Yo" y se moría de ganas por disfrutar de cada segundo.
No, no habría cambiado hacer todo lo anterior con una media naranja, un medio limón o una media lechuga, por hacerlo ella sola, pero el gran paso era que hacerlo sola ya no le importaba, y hasta le gustaba.
Estaba aprendiendo a descubrir el placer de las pequeñas cosas, y estaba contenta. Contenta porque, sin darse cuenta, por fin estaba preparada para quedarse sin respiración, para que sus rodillas, otra vez, volviesen a temblar cuando fuese el momento.
Por ahora, seguía feliz, sin ninguna prisa, decorando su nuevo espacio en su mente y en la realidad, y soñando con esas paredes de colores...
Descubriéndose a sí misma...
Avanzando sin pensar.